Me parece casi doloroso comprobar que todo sigue igual, que el sol ha seguido brillando y la luna ha salido por sobre las montañas. Ahora ilumina mi rostro y la brisa me acaricia, pero también acaricia los árboles y la escucho entre las hojas afiladas de los pinos. No comprendo porqué todo no cesa un segundo su danza, como en un duelo de amor callado, como una pausa eterna en un segundo.
Ahora comprendo que así ha sido, que por un instante todo ha enmudecido, todo ha quedado inmóvil y en silencio. Solo que yo no estaba mirando, porque estabas mirando tú. Ante tu mirada, presente, nada se ha movido, pero no por tristeza, sino para revelarte presente en todo, desde la más fina hoja de pino a la distante luna casi llena.
Casi vacío me quedo por momentos, pero irrumpes con fuerza para susurrarme que no piense de esa forma. Quieres que te vea en cada chispa de vida, en cada montaña, en cada roca, en cada flor. Me dices que somos todo, que siempre lo fuimos y siempre lo seremos. Que no dejamos de formar parte del todo como el todo no deja de ser parte de nosotros mismos.
Unos fuegos artificiales comienzan su danza en el horizonte ajenos a que no quiero celebrar nada. Pero su luz, su color, su viveza te trae presente y me recuerda tu sonrisa y tus órdenes de que nadie te recuerde con tristeza. Tu luto serán los colores que palpitan, como el corazón que en vez de detenerse ahora da vida a todo el universo.
Una ráfaga de truenos sacude las montañas, haciendo temblar mi pecho. Siento que esta es mi forma de llorar, de que mi corazón recite su tristeza, de que mi alma te cante, cantándole a la vida, a el amor que nada puede apagar. Un silencio apaga la noche tras el último trueno, y en el relámpago, en el sonido, y en el mismo silencio estás presente. Siento que este es mi grito, al cosmos entero, al infinito que hay más allá del horizonte.
No sé bien dónde, ni cómo, pero te siento. Ya conozco esta sensación y me ha acompañado los últimos doce años. Ahora estás, latiéndome dentro y cada palabra mía es tu canto de esperanza. Quizás nadie lo entienda, quizás nadie lo oiga, pero dentro de mí escucho tu canción.
No todo sigue igual, todo ha cambiado. Cada rama de los árboles, cada pájaro que duerma en ellas es mecido por este canto. En silencio suena una caja de música y una bailarina gira eterna con una pierna en el aire. Ese es mi recuerdo, la imagen, bailando la danza de la vida, eterna, aunque algunos no comprendamos que sigues ahí ni oigamos a veces la música. Algún día, todos entenderemos la melodía, sabremos las notas que la componen, su ritmo, su cadencia, y… aprenderemos a componer una nueva canción hilando la anterior, en una cadena de amor y de presencia sin fin.
Hasta entonces, no te guardo dentro, porque te hallo en todo. No te relego al recuerdo porque te tengo presente. No me torturo reviviendo cada momento contigo porque cada instante presente estás. Y estarás, siempre.