Llevo más de 25 años viviendo en esta zona y nunca me había cruzado con uno. Había visto sus huellas, los había escuchado desde mi casa, había hallado en paseos sus madrigueras, restos de sus travesuras, pero nunca me había cruzado con un zorro vivo. Sus ojos me hablaron, diciendo muchas cosas, quizás demasiadas y ahora estoy asumiéndolas.
Todos estos años y ninguna vez nos cruzamos en el camino. Pareciera que se guardasen para un gran encuentro, uno mágico que me reportara más gozo que haberme acostumbrado a su presencia. Quizás como dice El principito, esto de los encuentros es paulatino, lento como la verdadera amistad. Uno se va acostumbrando poco a poco al otro y comienza a conocerle.
La verdadera amistad es aceptar al otro tal y como es, sin esperar nada a cambio. El ser humano siempre pretende confiar pero los que son nuestros mejores amigos son esos en los que jamás dudaremos. Pase lo que pase, sabemos que ellos pondrían la mano en el fuego por nosotros, no sólo que no nos traicionarían, sino que ni se les pasaría por la cabeza pensar mal de nosotros. Eso amo de mis amigos, que siempre me dan la oportunidad de explicarme y ya de antemano saben que si me equivoco jamás lo hice con mala intención.
Los mejores amigos son esos que están en la distancia y nada perturba esa amistad. Pueden pasar años sin vernos y el día que lo hacemos pareciera como si no hubiera pasado el tiempo. Eso lo veo mucho en mis amigos del norte y del sur. Es cierto que en el norte a uno le cuesta más entrar en el corazón de la gente, pero una vez lo logra es para siempre. Sin embargo en el sur la gente suele comentar lo abierta que es la gente, pero luego es complicado implicarse de verdad y contar con esas personas cuando es necesario.
Es complicada la amistad. Un zorro le enseñó a El principito que requiere paciencia pero que también un poco de tristeza recae sobre esa responsabilidad. Luego añoramos a la gente que sentimos cerca, estén lejos o cerca. Me gustaría estar con tanta gente, compartir más momentos con algunos que tengo lejos. Pero acepto que es lo que hay, y que esos amigos, si lo son de verdad, permanecen presentes en la lejanía, palpitantes aguardando la próxima vez que se unan nuestros caminos. La despedida es necesaria para el reencuentro, dice siempre mi amigo Richard Bach. Por eso no me gusta decir «adiós», sino «hasta siempre». Para resumirlo y que no suene tan fuerte suelo decir «ciao» y lo repito dos veces, para que resuene como dos besos.
Gracias a todos esos amigos que estáis escondidos, que dejáis trazos y huellas en mi vida. Algún día, como al zorro, os hallaré. Yo sólo quiero eso, que mi paso por este pequeño planeta sea positivo. Quiero que mi presencia halla cambiado la vida de algunos, para bien. Algunas personas por su carácter suelen llamar la atención y dan que hablar, o que pensar. No sé cómo me las apaño, pero siempre tengo que dar la nota. Es como si me obsesionara dejar esa huella, dejar claro que estoy aquí. A veces me da vergüenza pero algo de dentro me lleva a ser público. Es complicado de explicar.
Sea como fuere pretendo solo eso, que la gente, sea consciente o no, tenga una vida mejor por algo que en algún momento dije, hice o… no sé… una foto, una palabra, una canción, un cuadro. Por eso quizás hago tantas cosas, para dejar huella. Esta vida es mágica, y el carrusel giran muchos amigos a nuestro lado. Cuando me baje, quiero que no me echen de menos, que no vean mi hueco, sino que sientan que ellos son mejores de alguna manera. De la misma forma, ellos me llenan, los de verdad, los auténticos. Me hacen mejor persona, me cambian, me evolucionan. Gracias amigos, gracias.