Tus alas dejaban de batir y caías en giros hacia el suelo, abatida, dejando una estela de amor a tu paso. Tus alas estaban rotas, el cielo ya no era tu hogar, ya no eras libre viento que acaricia el rostro. Te he visto morir muchas veces. Algunas fue en campos de batalla rodeados de humo y olor a pólvora, otras en plena naturaleza, herida de muerte. Varias ocasiones enferma yaciendo sobre un lecho te vi partir y por mucho que te abrazara o llorara no pude retenerte a mi lado.

Todas y cada una de ellas traté de darte la mano, de agarrarte fuerte y que me sintieras lo más cerca que pudiera, al menos mientras te sentía latir. No siempre, pero hubo momentos en los que, como ahora, recordaba haberte visto marchar, y mi tristeza se empapaba de cierta alegría, o, mejor dicho, de esperanza. Sabía que el amor que nos unía no se acabaría con la muerte, sabía que morir solo era cambiar.

Pero no siempre ocurría eso y mi rabia era tal que en alguna ocasión morí a tu lado poco después. Cuando sobrevivía de alguna manera sabía que te hallaría de nuevo, pero esa misma existencia parecía carecer de sentido sin tus ojos dándome luz. Cuando partías una nostalgia inmensa me recorría el cuerpo y me derrumbaba en el suelo. Cuando pasaban los días y los años sólo deseaba encontrarte de nuevo y mi vida se marchitaba. Con el paso del tiempo una duda llegó a mi corazón. No sabía si esa necesidad de ti era por un vínculo que trascendía la vida y la muerte o por la necesidad de reparar mi error, la búsqueda de una nueva oportunidad y de amarte más aún.

Algunas vidas confundí ese amor con el de una pareja, pero en el fondo sabía que había algo más. Yo seguía necesitándote, extrañamente sintiéndome enlazado a ti aunque estuvieras lejos. Me sentía a veces mal, dudando si efectivamente mi necesidad de darte era mi deuda o el amor puro es eso y sólo consiste en dar sin pensar si quiera en recibir.

A veces redimir esa culpa no servía para nada y otras, cuando me encontraba de nuevo contigo era demasiado tarde, no recordaba nada. Vida tras vida, muerte tras muerte siempre te hallaba. Descubrí en el insondable templo del recuerdo que no siempre te había amado y que algunas veces esos puros sentimientos habían mutado incluso en odio. Te odié y me odiaste, como carencia de amor, como lo que es en verdad el odio, nada más que un vacío de amor, un inerte espacio que sólo desea llenarse.

Te he visto dispararme, abatirme de un tiro certero en el alma y caer, con las alas rotas, rumbo al frío suelo. Mientras caía pude ver en tus pupilas tu asombro, pues en ese preciso instante habías recordado quien era, sin posibilidad de ir hacia atrás. Te he visto derrumbarte conmigo, aterrorizada por tus actos, impregnada tu alma de una culpa que corroe. Y yo hice igual, te maté, te derribé, te perseguí hasta dejar de verte respirar. Cuando acabaste con mi vida, como un fantasma no me he marchado. He estado contigo alguna de esas vidas, acompañándote en el silencio de tu vacío sin que te dieras cuenta de que estaba a tu lado. Luego has vuelto a morir, y no recordabas nada. Después, era yo el que nada recordaba.

Una vez te contemplé profundamente triste porque no aceptabas que nuestros caminos estaban enlazados desde hace eones. Tus ojos empapados reventaban en llanto, me amabas, pero no sabías de dónde provenía ese amor y te negabas a ti misma el que trascendiera nuestros cuerpos, el tiempo e incluso las estrellas.

Tu tristeza era tal que tu mente no podía soportar más el no poder abarcar tu propia realidad. Te vi enloquecer, negándote tal maravilla, cerrando tu corazón, cayendo en el más profundo de los abismos. Ese día aprendí a no forzarte nunca más, a no pedirte creer. Comprendí que cada uno tiene su camino y esos caminos a veces debemos andarlos varias veces. Mi amor por ti debía ser tal que respetara incluso que me negaras, incluso que te perdieras para hallar de nuevo tú sola el camino.

De nada sirve el amor si es lastre, si uno depende del otro. Entonces el amor es yugo, es cuerda que ata, es cadena que esclaviza. No te quería prisionera de mi amor, ni yo depender de si me amas o no para ser pleno. Descubrí que el verdadero amor es no necesitar a nadie, y es necesitar a todo el universo. Puedo vivir sin ti pero estás en todo. No puedo sentirte lejos cuando me rodeas siempre y en todo lugar, cuando no puedo separarte de todo lo demás.

Con el paso de los siglos, de los milenios, aprendí tanto como olvidé. Contemplamos juntos cómo nacían estrellas y también cómo estallaban planetas. Viajamos de estrella en estrella buscándonos a nosotros mismos, a veces perdiéndonos más aún sin darnos cuenta y otras hallándonos en el amor con el que dábamos nuestras vidas. Olvidábamos y recordábamos, ese era el ciclo de perfección, como un juego, como un círculo sin fin donde sí tenía sentido la palabra infinito. Nuestro juego favorito era entrar de nuevo en una mente limitada, por el tiempo, el espacio, y buscarnos.

Fuimos uno, dos, tres y muchos más. Te amé siendo tú femenino y masculino, incluso ambas y ninguna de las dos cosas. Te amé fueras lo que fueras, tuvieras el rostro que tuvieras, me amaras tú o no. Te amaba de todas las formas posibles. El sexo no era más que un lenguaje más, como las miradas, los besos, las caricias o las palabras, decir que nos amábamos en el más hermoso silencio. Esa atracción a veces surgía y otras quedaba latente, porque tú esencia y la mía era del mismo signo o por otras complicadas razones.

Pero siempre te amé, fuera como fuera. Fuimos madre e hijo, hermana y hermano, nieta y abuelo, soldado y capitán, esclavo y señor, enemigo y amigo. Por eso aprendimos tanto, porque vivimos todas las combinaciones. ¿Quién puede respetar más la vida que quien la ha perdido y la perdonado, que quien la ha arrebatado y la ha dado?

Sin darme cuenta el amarte siempre y en cada lugar, el reconocerte en todos lados me llevó a amarme a mí mismo más de lo que me había amado antes. Comprendí que no acababa yo para que comenzaras tú, ni tu final era mi principio. Infinitamente te hallaba en todo, te amaba infinitamente siempre. Aprendí a verte en cada puesta de sol, en cada piedra, en cada flor. Cada animal que surcaba el cielo, cada aroma que respiraba eras tú. Cada ser, animado o no eras tú y comencé a amarte fueras lo que fueras.

Cuando llegué a este pequeño planeta esmeralda por primera vez reconocí tu alma en la suya. Otro juego, otra escuela, otra enseñanza. Vibraba su corazón como el tuyo y tu nombre inundaba sus océanos. Por eso me quedé, para darme, para hallarte, para encontrarme. Invente una nueva existencia, esta vez a tu lado, porque ya sabía que nunca estarías lejos, sino tan dentro de mí que serías yo mismo.

Ahora me es más fácil verte en cada rostro, aunque te reconozco en muy pocas miradas. Recorro el planeta de nuevo, como ese vagabundo del universo que soy, y vuelvo a reencontrarme contigo. No siempre me recuerdas, y la mayoría de las veces me ignoras. Incluso yo hay momentos en que olvido mi pacto y me dejo llevar por la ira; disculpa mi falta de paz en estos momentos de confusión pero esta mente me limita y a veces me vence.

Hoy una niebla me inunda, nos inunda a todos en este momento de cambio. Somos los mismos, en esencia, tú y yo, pero no nos vemos bien, nos confundimos y hasta nos golpeamos en la oscuridad, tratando de hallar la salida presos del miedo. Sólo unas pocas veces en tu mirada hallo la paz, y estás lejos. Cruzo océanos para buscarte y no deseo separarme de ti, te traigo a mi lado, pero te vuelvo a hallar si te vas lejos. Duermes a mi lado, y dentro de mis sueños, pero a veces te siento lejos.

Sé que ahora eres todos, mis hermanos y mis hermanas, cada uno de los seres de este diminuto planeta de agua. Te amo en todos, en todo, aunque es difícil, y muchos se rinden. Lo que más me entristece es verte descorazonada, pensando que hablar de esto puede ser negativo. Soy lo que soy, amo como amo. No me avergüenzo de nada y cuanto más me abro, cuanto más me doy más poderoso me hago. Poderoso en el amor, fuerte en el alma, imbatible en el vuelo de la libertad.

Mis alas baten con fuerza y emprendo un nuevo vuelo. Tus alas suena rompiendo el aire y me sigues de cerca. Giramos, viramos, caemos y nos alzamos. Somos uno, dos, seis, somos todos. Nuestro vuelo es el mismo, nuestro cielo es el mismo.

Es el amor lo que me da fuerza, el amor a lo que en esencia somos, no en lo que nos quieren convertir. Negarnos a nosotros mismos es anularnos, aniquilarnos. Y somos infinitos, no podemos adormecernos. Estoy cansado de dormir, quiero despertar. Vuelo de nuevo a tu lado, contigo, en ti. Te amo, como siempre, por siempre. Ya no hay distancia entre tú y yo, no hay espacio que nos separe, somos uno. Soy este, soy yo, soy tú, soy. Tus alas, mis alas, volar.

(Fotografías realizadas con Lensbaby Composser).