[audio:http://dl.dropbox.com/u/53018818/07%20-%20Ara%20Batur.mp3|titles=Ara Batur – Segur Ros]
Es de noche aún. Hace frío, tanto que casi no puedo sacar las manos del abrigo y coger la cámara. Me gusta ver la realidad a través del visor, pero espero al momento adecuado con ella colgando sobre mi pecho porque se me congelarán los dedos. Aún no, la luz todavía no ha llegado, está de camino.
Algunas aves se desperezan en las ramas que surgen del agua y al fondo veo una que abre sus alas buscando un rayo de sol que las desentumezca. Tomo la primera fotografía. Poco después la luz llega, inunda todo, tomo la segunda.
La niebla comienza a inquietarse. La superficie del lago cambia su temperatura y el aire comienza a circular. El baile comienza, la danza de la luz y la niebla, del agua y el frío. Esa misma ave emprende el vuelo, quizás buscando ese sol, esa luz, ese calor. La sigo con la cámara y el 85 apenas me da para deleitarme con sus alas agitadas al viento, seguro húmedas, frías, anhelando ese primer rayo de vida. Y llega, por fin llega.
Una cortina dorada empapa mis ojos. Siento en mi rostro una caricia cálida y no puedo más que cerrar los ojos, bajar la cámara y sentirla. Así quedo unos minutos, embelesado de sus caricias, sintiéndome parte de cada fotón de luz que atravesó el espacio durante poco más de ocho minutos. Nació de una estrella incandescente hace unas breves inspiraciones mías y llegó hasta los poros de mi piel, ¿no parece magia? Yo así lo siento.
Trato de todos los días sentir este baño, al amanecer o al atardecer. Sentir al hermano sol bendecirme a la vez que a su hermana la tierra. No, no estoy loco, hermano sol, hermana luna. Así lo siento y no me avergüenzo de decirlo. Cada árbol, cada ave, cada piedra, cada hoja, siento sus espíritus, sus esencias. Cada estrella, cada brizna de hierba, cada flor, hasta mi cámara y el teléfono que hace sonar esta música en mis oídos. Todo está vivo, porque yo lo estoy, todo es esa danza inmensa, ese baile de amor.
Hace años me hubieran quemado en la hoguera, bueno, de hecho lo hicieron, y cosas peores, por sentir así, por hablar así. Ahora gracias al cielo es diferente y puedo compartirlo, incluso aquí, delante de miles de personas cada día. Recuerdo mucho, de hace muchos siglos y eones, pero… eso no es lo que me hace ver la vida así. Todo eso está integrado en nosotros, lo sentimos, pero nos da miedo y lo bloqueamos.
Sentimos cómo se eriza la piel y cómo nos recorre un escalofrío por la espalda al escuchar esta música subir, al sentir, al leer o ver alguna fotografía. Y lo hacemos porque entramos en comunión con lo que hacemos, con lo que contemplamos. Entramos en vínculo con ese amanecer, con esa ráfaga de viento en nuestro rostro, con ese sentir que estás vivo, ahora, en este preciso instante.
Y nada importa, nada más; eres tú y todo, todo y tú. Eres parte de cada montaña, cada árbol, cada ser cuyo corazón late, cada ola del mar, cada tormenta del cielo. Después de unos instantes regreso. Sonrío, porque vuelvo a ser yo, o al menos a que las fronteras de mí sean físicamente mi piel y mis huesos. Sonrío porque sé que no fue un sueño, sino que soy todo eso y todo eso soy yo.
Retomo la cámara y siento como el sol ha cambiado completamente la temperatura del lugar. Sigo caminando y dejo la cámara caer. Ahora tomaré fotos, pero con mi alma, solo esas otras eran para compartir. Subo una ladera, trepo por las rocas y siento el agua correr. La respiración se me hace agitada, me siento vivo y el vaho que surge de mi boca me recuerda la niebla serpenteando sobre el agua. Camino, llegaré a casa y guardaré estas fotos hasta el momento en que mi corazón diga que es el momento de compartirlas. Ese momento es ahora. Antes y ahora fundidos, no hay ni antes ni ahora, solo un ahora intenso, inmenso, entero, una danza, el baile de la luz.