Yo creo y me reafirmo en ello cada vez que lo comparto en seminarios y conferencias, que realmente los fotógrafos somos unos ladrones. Sí, nos adjudicamos la belleza que ven nuestros ojos; la hacemos nuestra robándola de la realidad y haciendo una burda copia con nuestras limitados equipos.

Somos malos fotocopiadores de la armonía y perfección que nos rodea. Ser fotógrafo pienso es tener la sensibilidad y el equipo para saber identificar momentos repletos de armonía e interesantes de compartir a los demás.

Antes incluía el conocimiento, pero ya cualquiera con un teléfono hace fotos medio decentes en modo automático, como la que comparto con este texto y que solo me tomó el trabajo de sacarlo de mi bolsillo ante una estampa tan hermosa. El mérito es de ese caballo, ese árbol y esa puesta de sol, no mío.

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Yo disparo con mis equipos en modo manual porque ninguna cámara sabe lo que yo deseo capturar, pero… debo reconocer que mi teléfono a veces me lee el pensamiento. Cuando veo una puesta de sol como esa admiro la belleza que ella me evoca y mi cámara solo alcanza a capturar una minúscula parte de esa belleza. Luego la comparto en Facebook y todos dicen: hermosa fotografía.

Eso es falso. Lo que era hermosa era esa puesta de sol, o ese señor con aire místico a la orilla del Ganges, o esa pareja besándose y su amor palpitante, o esa novia el día de su boda, o esa bella ceremonia vintage. Lo único que hacemos es robar ese instante para recordar su esencia. Es como un perfume que roba el aroma de una rosa. Jamás será la rosa, pero nos despierta parte de nuestra alma en el recuerdo de un rosal que respiramos una vez.

Por eso quizás lo meramente técnico tampoco nos dice mucho. Nuestro ojo ve muchas líneas, diagonales y proporciones, pero el alma se queda prendada de otras cosas, de esa esencia, de ese no sé qué que nos queda dentro. La fotografía además es de todas las artes una de las pocas que tiene una manera muy particular de controlar la «creatividad» y la «copia» de una obra de arte.

Es algo bastante etéreo y daría para hablar, pero con algunos ejemplos todos lo veremos claro. Si alguien ahora pinta un retrato pictórico de una señora de mediana edad y usa la misma iluminación, colores y esquema que la Monalisa recibirá de todo el mundo la frase de que ha copiado la Leonardo.

No hablamos de inspiración, sino de que la ha «copiado» descaradamente y evitaremos decir que esa persona tiene creatividad o incluso que sea artista. Si en música alguien enlaza los mismos acordes de Yesterday y varía uno o dos y la letra es similar aunque cambien algunas palabras se llevará el abucheo de todos acusándole de plagio.

Pero si alguien ve una foto de Steve McCurry, de James Nachtwey, de Emilio Morenatti o de Walter Astrada y la copia descaradamente puede decir tan pancho que se encontró con la misma situación y características y todos tan contentos. Puede usar exactamente la misma técnica, el mismo equipo, tener la misma luz y procesarla igualita que se queda tan tranquilo y nadie dice nada.

Y seguramente nadie debe decir nada y esto no tiene importancia. Sí, es algo muy complicado pero a la vez da que pensar. Todos hemos visto cómo se fusilan fotos en la red y si hablamos de fotografía de boda ya es para reírnos un rato.

Nadie ha inventado nada y siempre estamos mejorándonos y mejorando lo que hacen los otros. Tampoco vamos a ver esa escena y a no disparar pensando que esa foto «ya existe» porque tampoco es así. Todo es muy relativo.

De la misma manera no voy a decir que se haga una ley o norma que permita controlar eso porque es incontrolable. Además, abusarían muchos. Solo comentar que este arte queda muy al amparo de lo relativo, de una conciencia que muchas veces, al igual que la creatividad, brilla por su ausencia.

En el arte hay dos metas, entre otras mucho más loables, que muchos persiguen y que se hacen peligrosas. Una es el reconocimiento y otra el dinero. Si metemos a las dos en este asunto no hay problema en copiar descaradamente y hacerse el tonto.

Insisto en que en fotografía de boda esto es el pan de cada día, creo que porque normalmente se persiguen solamente esas dos metas y se olvidan las otras. Lo más gracioso es ver cómo incluso unos a otros se acusan de plagio en el tema de los concursos. Ahí nunca me verán, siento que en el arte nadie es mejor que nadie, no hay competición.

Quizás este es un arte con demasiado ego, en el que no tenemos reparo en copiar lo que otro hace y quedarnos tan tranquilos diciendo que solamente tomamos la inspiración pero que lo mejoramos o lo evolucionamos. Nadie inventa nada, yo el primero, pero todos sabemos como en este arte nos adjudicamos cosas y nos gusta alardear.

Lo que sí debo reconocer es que me siento un humilde copista de la belleza que inunda mis ojos cada día. Siento tanto amor y tanta veneración por una puesta de sol que a veces, menos de las que creen, siento la imponderable necesidad de compartirla.

La mayoría de las veces me lo guardo para mí, en un acto quizás de sencillo egoísmo. La mayoría de las veces ni siquiera disparo o saco el teléfono. Yo al menos no me considero fotógrafo por llevar una cámara y acribillar todo lo que se me pone delante. Siento más bien que es una actitud, de culto a la belleza y a la perfección de un mundo que me rodea.

Por eso por ejemplo en mi trabajo con personas trato de capturar esa magia, esas chispas de vida que veo palpitar en las parejas y en los ojos de quien está realmente enamorado.

Y no lo logro como quisiera, la realidad es mucho más hermosa que cualquier copia, por mucho Photoshop que se use. Por eso tampoco uso ese programa, porque me siento un estúpido competidor de una perfección que ya contemplo y que jamás podré ni igualar ni mejorar.

En fin, es solo una manera de ver este arte, un personal y particular modo de compartir la vida, nada más. Otros tendrán enriquecedoras reflexiones, pero raramente las veo en palabras. Veo grandes artistas, pero apenas cuentan qué sienten al levantar sus cámaras. Añoro saber más de la persona que fotografía y de cómo funciona su alma en ese instante mágico.

Tenemos el estereotipo de que el fotógrafo suele ser un tipo serio, callado e introvertido. Creo que es un error limitarnos a decir que ya hablamos con la fotografía como lenguaje o que esta debe hablar por sí sola.

Quizás la foto sí, pero no lo que nos lleva a tomarla, el alma que se impacta de esa imagen, de esa realidad y su sensibilidad y los motivos para compartirla. En fin, cada uno somos un mundo y vemos el mundo de diferente modo. Esa es la riqueza de este universo. Besos y abrazos!