Reflexiones del viaje a las islas Seychelles
El aeropuerto de Mahe, la isla principal de las Seychelles, comienza a llenarse de los pasajeros que vamos a París esta noche. Estoy triste, porque debo despedirme de este paraíso, de estas islas tan oníricas y porque ha terminado la boda de Laura y José, una boda muy especial. Publicaré esto en los próximos días, pero no podía dejar de escribirlo in situ, (compartiendo alguna foto suelta) sintiendo la misma cálida brisa que me ha acariciado todos estos días, respirando un aire cargado de bucólica nostalgia y mirando aún algunas de las sonrisas que en estas islas te dedican todos sus habitantes. Hace unas horas aterricé aquí desde la isla Denis, el paraíso personal para mí. Una isla que pueden intentar imaginar recordando la diminuta ínsula de Tom Hanks en Náufrago, aunque más pequeña aún.
Traigo la maleta llena de caracolas, coral y arena en frascos (uno de ellos regalo de la pareja, para que siempre recordemos los que allí estuvimos que en esa playa se casaron). Es diferente escribir esto aquí, con esta perspectiva tan real de mi insignificancia en un pequeño planeta azul. Hoy en pleno océano índico, en unas horas en París, donde estuve la semana pasada, mañana en casa, en Granada, para pronto ir a República Dominicana, Cuba y acabar en Uruguay otra vez. Uno siente que es pequeño, una mota de polvo en brazos del viento, una minúscula esencia mecida por el destino que no debe pensarse de un lugar, sino pasajera de un vuelo eterno de libertad. El avión que ahora me lleve a casa, el octavo en esta semana, me dejará sólo donde tengo gente que me ama, pero mi casa, mi hogar sé ahora es todo el cosmos, allá donde esté será mi casa, mi paraíso.
Mi vuelo sale en dos horas y con mi única pequeña maleta y las cámaras al hombro busco un enchufe para compartir todo esto con vosotros. A petición masiva de quienes leen este blog le daré un toque mucho más personal a mis textos y estos serán mucho más presentes. Gracias por ello, es algo muy importante para mí. La implicación personal en mi trabajo es fundamental para lograr el mayor éxito, y esta boda es ejemplo de ello. No puedo separar mi trabajo y mi vida, porque mi vida es en gran parte mi trabajo y porque vivo mi trabajo plena y apasionadamente. Esto puede sonar cursi, pero… lo siento, es la realidad y quien me comprenda, por favor que sienta mis más sentido agradecimiento.
El Domingo estaba paseando por la T4 en Madrid, esperando el vuelo a Roma. Frente a la puerta J52 un hombre de unos 45 años cayó desplomado al suelo. Iba vestido como yo, con pantalón corto y chanclas, seguramente porque iba a algún lugar tropical, o quien sabe si iba a sentarse junto a mí en ese avión. Rápidamente acudieron los servicios médicos y el hombre no despertaba. Su corazón había dejado de latir, no respiraba. Podía ver la gente a mi alrededor, mirando, curiosos, incluso riendo. No podía creerlo.
En breve la seguridad y los médicos alejaron a todos y yo me aparté discretamente sentado en una cafetería. Desde allí traté de acompañarle. Durante media hora trataron de reanimarle y sus músculos sólo se movían tras las descargas eléctricas. Se fue sobre una camilla, pálido, aunque yo sé que realmente fue a otro lugar, otro más hermoso. La gente pasaba y miraba, como si fuera una función callejera, y fue muy triste. Ese hombre murió sin que a nadie le importara, porque todos estaban muy atareados en no perder su vuelo. Él voló más alto que todos los que allí estábamos, su vuelo era directo al cielo. Ese día, aprendí que la gente tiene demasiado miedo a la muerte, tanto que la desprecia, intentando apartarla de ellos. Cambia la vida cuando uno ve la muerte tan cerca, cuando no la repudia, cuando la acepta. Vivo pues, sabiendo, aceptando la muerte como una realidad, pero no algo malo, sino un hastaluego porque sólo se trata de tomar un avión a otro lugar. Es seguro que volveremos a vernos, aunque quien sabe en qué destino.
Siguen llegando más pasajeros al aeropuerto de Seychelles. Es jueves y regreso a España, ya que el sábado tengo otra magnífica boda, la de Carolina y Armando. Pese a la presión del tiempo que fluye incesante este viaje ha sido como me suponía, un antes y un después, un cambio interno profundo arraigado en lo más atávico de mi existencia humana. Puede sonar exagerado, extraño, pero un viaje que como este se suponía turístico y típico ha sido en realidad un encuentro, en muchos sentidos. He hallado una parte de mí mismo que desconocía, algo he encontrado en la soledad más inmensa de una isla perdida en la nada, en una noche estrellada como jamás puede imaginar ningún ser humano de los que supuestamente nos llamamos “civilizados” viviendo en mundos «civilizados».
Un encuentro con Laura y con José, dos personas más que magníficas, dos seres más que especiales que me permitieron el honor y la responsabilidad de venir aquí, tan lejos, para sentirnos tan cerca los unos de los otros. Un encuentro con su familia, ahora una familia más unida, también tocada por la extraña magia que nos envolvió de la nada en aquella diminuta isla perdida en un mar de ensueño.
Mi primer encuentro con millones de estrellas hace unos días jamás podré olvidarlo. Aún siento y sentiré mis pies hundiéndose en la arena, -una arena blanca y coralina-, caminando con la boca abierta y los ojos desorbitados. No olvidaré los siete pasos que di entregándome a la profundidad del cosmos, al abismo de un océano sembrado de estrellas palpitando.
Como decía José Vicente, el padre de José, tumbados en la playa a altas horas de la madrugada tras la fiesta; -todo ser humano debe tener esta experiencia, aquí o en cualquier lugar del mundo que permita contemplar el cielo así, sentirse uno tan solo y a la vez tan acompañado y unido a todo. Algunas personas de las que me leen pensarán que me pongo muy místico, pero yo les pregunto: ¿Hay acaso algo más trascendental e importante para nosotros que nuestra propia existencia, que nuestra felicidad, que el hallar respuestas a quienes somos? Vivo cada día como si supiera que moriré al siguiente. ¿Han pensado alguna vez así? Es algo maravilloso, le cambia a uno la forma de ver la vida, a los demás, relativiza todo y otorga el verdadero sentido de las cosas.
Compartir esto, hablar de esto, es ser realmente nosotros mismos, sin temores ni vergüenzas, sin miedos ni excusas, tal y como hacíamos Jorge, Isabel y yo en París la semana pasada, José Vicente y yo en una orilla estrellada de las Seychelles, como charlábamos Laura, José y yo, ya solos, sentados en la mesa donde habíamos celebrado la cena, junto al mar. Víctor, el padre de Laura, conversaba conmigo también acerca de la satisfacción de ver como los hijos de uno son felices y cómo uno descansa tras saber habido transmitir cómo ser feliz a los que tanto ama. Ahora que soy padre y mi hijo comienza a sus once años a comprender la vida, siento esa responsabilidad y parto de la premisa de que sé lo lograré.
Aunque cada día en este mundo parezca más difícil sobrevivir con este planteamiento, la realidad es que sé que está cambiando todo, que algo mágico está ocurriendo. Y el motivo principal es que si las cosas siguieran igual nos quedaría poco sobre este planeta porque íbamos inexcrutablemente hacia la destrucción total, como seres físicos y como seres espirituales.
Llegué a estas islas sinceramente pensando que no me sentiría cómodo por el calor, la humedad y mi ancestral odio al sol, la arena y la sal. Después de dos días en ciertos momentos no podía concebir otro forma de vida, otro lugar donde existir, otra manera de ser. El mar me abrazaba, la arena me hacía hueco en su forma para protegerme, el viento hablaba susurrando y las estrellas murmuraban que todo eso era real. Estar en un lugar tan diferente a lo cotidiano impresiona y cambia los conceptos, rompe los prejuicios y purifica el alma.
Un cangrejo ermitaño cabalga por la arena con una caracola sobre él, y cuando me ve, me teme y se esconde. Tímidamente atisba el exterior comprobando que mi atención sobre él es pasiva, y prosigue su camino a la selva. En esa selva, negra más que oscura, un coro de aves exóticas elevan una plegaria al cielo. Parece que repitieran a las estrellas que me convenza de una vez que el mundo, su mundo, mi mundo, es más mágico de lo que siempre creemos. Como ese cangrejo, siempre llevamos una coraza a cuestas, como esperando a cada instante un susto de la vida, para tener donde cobijarnos ante tanto miedo. Tememos todo, tememos el vacío, el infinito, la nada, la muerte. Tememos lo que no comprendemos, pero… sólo podemos comprenderlo cuando dejamos aparcados los miedos. Entonces, como una estrella fugaz en ese cielo con millones de estrellas, aparece la verdad, y llega la calma, la paz, la comprensión. No quiero esperar a caer fulminado esperando un avión en la T4, quiero mucho antes saber quien soy, y así poder elegir el vuelo que ese día desee tomar.